LAS APARIENCIAS ANIMALESCAS EN MIAU DE GALDÓS
En Miau, de Benito Pérez Galdós, un tema que resalta es el deseo del individuo por la libertad. El texto está lleno de seres deshumanizados con apariencias animalescas que se encuentran enjaulados y luchan contra las restricciones impuestas por un sistema injusto, corrupto y burocrático. La siguiente investigación tratará de analizar estas apariencias o máscaras zoológicas y su constante lucha por librarse de ellas.
La palabra o la voz onomatopéyica 'Miau' y el acrónimo MIAU tienen varios significados irónicos, políticos, religiosos, filosóficos y darwinianos. El primer capítulo de la novela se inicia con un tono liberesco, revolucionario, juguetón y animalesco: "A las cuatro de la tarde, la chiquillería de la escuela pública de la plazuela del Limón salió atropelladamente de clase, algazara de mil demonios. Ningún himno a la libertad,... es tan hermoso como él que entonan los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete de la disciplina escolar y echarse a la calle piando y saltando... (Miau, I, 61)"como animales que dejaron sus jaulas.
Luisito Cadalso se separa del grupo ignorando la porquería de apodos y crueldades de sus compañeros. Todos le gritaban 'Miau,' el mote personal de la familia. Luis es el primero en conocer y sufrir por este apodo maullesco, Posturitas le persiguió gritando "Miau, Miau, Miau... con el infernal zipizape... cara de gato (Miau, I, 62)." Su amigo Silvestre Murillo, hijo del Sacristán, le explica el origen del apodo: "¿Sabes tú quien tiene la culpa? Pues, Posturitas,... Ayer fue contando que su mamá había dicho que a tu abuela y a tus tías las llaman las 'Miaus’ porque tienen la fisonomía de las caras... como la de los gatos. Dijo que en el paraíso del teatro Real les pusieron este mal nombre, y que siempre se sientan en el mismo sitio, y que cuando las ven entrar dice toda la gental del público, "Ahí están ya las Miaus (Miau, I, 62-63)."
Así que doña Pura Villamil, su hermana Milagros y su hija Abelarda llegan a ser las tres 'Miaus' por ser materialistas gastadoras, insignificantes y por su cursilería completa. Este mote o apodo tiene un origen popular y es conocido por todos. Del teatro Real, donde las tres 'Miaus' gastan su tiempo en la ópera, pasa a la escuela pública por medio de Posturitas y su madre. Sus compañeros le acusaban con el maestro diciendo: "Miau tiene la culpa... cara de gato lo hizo (Miau, IX, 122)."
Al llegar a casa, Luisito toma conciencia del apodo que los demás le tienen a la familia, y empieza a analizar a su abuela y a sus tías "con el micho que en el comedor estaba durmiendo a los pies de Abelarda... Su imaginación viva le sugirió al punto la idea de que las tres mujeres eran gatos en dos pies y vestidas de gente (Miau, I, 67)." Concluye que hay una perfecta semejanza entre ellas. El narrador insiste en el aspecto gatuno de las mujeres y su formación de comunidad gatuna por un tipo de mímesis: "Abelarda al juntarse con las otras dos, parecía tomar de ellas ciertos rasgos fisonómicos que venían como un sello de raza o familia, y entonces resultaban en el grupo las tres bocas chiquitas y relamidas, la unión entre el hocico de la nariz y la boca por una raya indefinible, los ojos redondos y vivos y la efusión característica del cabello, que era como si las tres se hubieran estado rodando por el suelo en persecución de una bola de papel o de un ovillo (Miau, I)."
El narrador homodiegético no pierde la oportunidad para burlarse de ellas por su insignificante e inútil cursilería con sus falsas apariencias hasta convierte el maniquí de Abelarda en la cuarta 'Miau' de la familia. Aberlarda, hija de don Ramón y de doña Pura acepta el apodo: "...nos llaman las de 'Miau' o las 'Miaus', porque dicen que parecemos tres gatitos, sí, gatitos de porcelana, de esos que se adornan ahora las rinconeras polvorientas... Somos una pobres cursis... Seré mujer de otro cursi y tendré hijos cursis a quienes el mundo llamará los 'Michitos'." Así mismo el dios imaginario de Luisito se lo confirma: "Tu abuela y tus tías parecen propiamente tres gatitos. Es que son ellas muy relamidas (Miau, III, 83)."
El apodo a las tres 'Miaus' es por su apariencia física y por el engaño de su cursilería insignificante. El caso de Luisito Cadalso y su tía Quintana son diferentes, por ser miembros de la familia comparten el mote, aunque no tienen fisonomía gatuna. Luisito, al observar la mímesis de su familia, se pregunta "si sería él también gato... y si maullaría cuando hablaba." La ironía de la tía Quintana es quizá más claro, por sus aspiraciones maternales hacia Luisito, el narrador comenta: "pero del fallo judicial tomó pie la muy lagarta de Quintana para satisfacer sus aspiraciones maternales, y engatusando a Cabrera con estudiadas salamerías y carantoñas... (Miau, XIV, 163)." De esta forma, ella no está libre de las características animalescas con las palabras 'lagarta' y 'engatusando', calificativo común para las mujeres de esta novela.
Toda la familia 'Miau' es ridiculizada a través de comparaciones con los gatos, pero a distintos grados. Luisito por su "menguada estatura... esquino de talla, corto de aliento, descolorado (Miau, I, 62)," y por soñador y quizás por su enfermedad epiléptica. En cuanto a las tres 'Miaus', Ángel Iglesias señala que doña Pura, Milagros y Abelarda por sus peculiaridades innatas, su vanidad, su inutilidad y falsedad cursi las lleva a la ridiculez social. Acostumbradas a los éxitos del pasado, cuando doña Pura reinaba en la sociedad, y Milagros triunfaba como cantante de ópera, las tres 'insignificantes', como las llama el narrador, no logran adaptarse a las difíciles condiciones con la cesantía de don Ramón Villamil.
En la casa no faltan las visitas, las tertulias ni los 'picoteos' de los boletos traídos por Ponce al teatro Real. Ellas gastan bastante dinero para salvar las apariencias. El materialismo de doña Pura ha arruinado la familia y quizás el fracaso de su marido. Don Ramón lo cree así cuando monológicamente alimenta y expresa sus inquietudes con los pajarillos de 'La Viña del Señor’ y confiesa que aborrece a Pura, su mujer, más que a la Administración y ve la felicidad de los pájaros a que "...ninguno de ellos está casado con una pájara que se llame Pura, que no sabe ni ha sabido nunca gobernar la casa, ni conoce el ahorro... No entiende de acomodarse a la realidad...por fin reniego a Pura y me libro de ella... (Miau, XLII, 375)."
Doña Pura, dependiendo de su comportamiento, es comparada con una abeja, por el arte que tiene de transformar los hechos, dulcificándolos, y luego con un áspid por lo venenosa y su crueldad contra su yerno Víctor Cadalso, padre de Luisito. Doña Pura tiene poco sentido moral y acepta, hasta llega a depender del dinero de su odiado yerno, Víctor, arrebatándole los billetes "con rapidez gatuna." Pura desarrolla el olfato hacia el dinero y lo toma "echando la zarpa al billete como si este fuera un ratón." Más tarde, doña Pura nota que su hija Abelarda, enamorada locamente de Víctor, tiene "cara de carnero a medio morir." La joven Abelarda, atormentada celosamente una noche por la prolongada ausencia de Víctor, se encuentra muy agitada con movimientos inquietos y es comparada "a un pájaro saltando en su jaula, de palito en palito (Miau, XXXI, 294)."
Así tenemos una idea de la reclusión física y espiritual de la joven insignificante. Ella tiene sus momentos de ira y fiereza cuando "ciega y salvaje... como las fieras enjauladas" ataca al niño Luisito con fines de matarlo pensando que él es un monstruo poseído por el diablo venido a destruir o engañar a la familia.
Al igual que su fallecida hermana, Luisa, madre de Luisito, se vio "trocada de madre en fiera hambrienta (Miau, XIII, 161)" por una pasión de celos incontrolables que la llevaron a la demencia, y luego a la causa de su muerte. Según como lo expone Nicole Malaret en "El bestiario de Miau," el animal doméstico puede recobrar instintos salvajes para la ley de la supervivencia que impone la ley de la violencia entre los animales: "como las fieras enjauladas y entumecidas recobran, al primer rasguño que hacen al domador, toda su ferocidad, y con la vista y el olor de la primera sangre pierde la apatía perezosa del cautiverio, así Abelarda, en cuanto derribó y clavó las uñas a Luisito, ya no fue mujer...(Miau, XXXVIII, 343)." De tal manera surgen los instintos ancestrales que llevan al animal a una violencia ciega para satisfacer sus intereses, brotando así "una jungla con su ley implacable del más fuerte y del más astuto," ley de la selección y proceso según la teoría de Darwin en El origen de las especies.
Don Ramón Villamil, el cesante moralista, es comparado con un lobo a causa de su hambre, y sus patéticas y desesperadas peticiones epistolares pidiéndoles dinero a sus amigos, y rogándoles que lo coloquen en el puesto. Es válido señalar que en cuanto al "buen santo cesante", su mote de 'Miau' es muy particular. Es presentado como un cesante viviendo en la mísera pobreza, que tiene semejanza con otro animal felino, el tigre. Aparece por primera vez, primer capítulo, en el lugar más legumbre, más interior y oscuro en su piso donde él vive en la calle Quiñones y se oye su voz "cavernosa y sepulcral", mención avanzada de su trágico final. Él es presentado aún más ridículo que las 'Miaus' y es el foco de las constantes burlas de los empleados del gobierno, sobre todo el cojo Salvador Guillén, quien dibuja caricaturas "del Señor 'Miau' meditando su plan de Hacienda."
MIAU es ahora el acrónimo del proyecto de reforma financiera de don Ramón: Moralidad, Impuestos, Aduanas y Unificación de la deuda. El proyecto utópico de Villamil es resolver el déficit crónico del presupuesto nacional: "Moralidad... es el fundamento del orden administrativo. Moralidad arriba, moralidad abajo, a la izquierda y a la derecha (Miau, XXII)." Cuando Víctor Cadalso, culpable de haber robado fondos al Estado es ascendido al puesto al cual aspiraba Villamil, este empieza su camino a la locura.
Guillén y sus compañeros de oficina subrayan la inutilidad de los proyectos de Villamil. El narrador señala que no colocan "a mi buen hombre" porque le temen por su monomaniaco asunto de MIAU. Don Ramón quedó cesante faltándole dos meses para jubilarse con pensión y se queja "de una persecución por algún enemigo oculto" para justificar no ser colocado. Quizás su cesantía se debe a su incompetencia al no saber ajustarse al cambio de los tiempos o por su obsesión monomaniaca y moralizante de resolver los problemas económicos del estado con MIAU, su proyecto. Idea que horroriza a la administración y sus burócratas. Su propia esposa, doña Pura, le hace saber que hay muchos incompetentes en la Hacienda y nunca pierden sus puestos. El torpe de Cucúrbitas es presentado por doña Pura: "Era el más bruto de la oficina. Ya los sabían todos; descubierta una brutalidad, todos decían 'Cucúrbitas'. Después, ni un día cesante y siempre para arriba. ¿Qué quiere decir esto? Que será muy bruto, pero entiende mejor que tú la aguja de marear." Esto demuestra que dentro del arbitrario sistema burocrático de la administración hay los que saben como mantener y obtener puestos y los que no, es decir, los que saben jugar el juego de personalidades.
El mote de Villamil es doble: el maullido 'Miau' por su semejanza tigresa y el acrónimo MIAU de su proyecto financiero. Su descripción tigresa es: "La robustez de la mandíbula, el grandor de la boca, la combinación de los tres colores (de la barba y la piel): negro, blanco y amarillo, dispuestos en rayas; La ferocidad de los ojos negros, inducían a comparar tal cara con la de un tigre viejo, tísico y acabado... (Miau, I, 69)." Paca, la señora de Mendizábal, nota su constante hambre y rencor: "con aquella mirada parece que se va a comer a la gente." El narrador comenta: "Su cara tomaba expresión de ferocidad tigresa sanguinaria en las ocasiones aflictivas, y aquel bendito, incapaz de matar una mosca, cuando le amargaba una pesadumbre, parecía tener entre los dientes carne humana cruda, sazonada con acíbar en vez de sal."
La ironía de bondad-ferocidad adquiere otros seis valores políticos-religiosos más sombríos a medida que crece la perturbación mental del ex-burócrata a finales de la novela. Por la burla de los empleados y la imposibilidad de colocación en la Administración, don Ramón se identifica con Jesucristo, considerándose víctima de una crueldad injusta. Quiere castigar a la humanidad contemplando su suicidio.
Al final, el acrónimo MIAU cambia a "Muerte Infamante Al Universo." Aquí tenemos sus ideas egoístas con exaltación furiosa, con el deseo "de morder y picar." El caso de Villamil, el hombre individualizado y que desesperadamente busca liberarse de las injusticias burocráticas, llega a la conclusión que en la Tierra sólo hay sufrimiento, "un valle de lágrimas," y que la justicia no existe o es inhallable. El narrador homodiegético simpatiza con él y lo pinta como un mártir o víctima de un sistema corrupto y lo defiende llamándole "mi hombre, santo, el bueno, el buen papá, etc." El juego de amabilidad con Villamil llega a un extremo cuando él mismo se compara con Jesucristo y otros mártires (San Bartolomé, San Andrés y el paciente Job) al comparar su acrónimo MIAU con el INRI, letrero puesto en la cruz de Cristo al ser crucificado (Miau, XXXV). La fuerza del acrónimo MIAU, su apodo ‘Miau’, crecen de manera ridícula y así concluye su afirmación Mesiánica y su buscada liberación con el suicidio con los siguientes acrónimos de MIAU (Miau, XLIV):
MIAU = | Mis... Ideas... Abarcan... Universo (Miau, 37, 336) Ministro... I... Administrador... Universal (Ibid) Muerte... Infame... Al... Ungido (Ibid) Morimos... Inmolados... Al... Ultraje (Miau, 38,347) Muerte... Infamante... Al... Universo... (Miau, 43, 381) |
Miau es una novela que empieza y termina con un "himno a la libertad." A finales de la novela, don Ramón Villamil, el patriarca y protagonista, se suicida arbitraria y libremente por su propia voluntad diciendo: "la sacrosanta libertad, hija del cielo, no te la quita ya nadie", y piensa en esos mementos en su nieto Luisín: "Duérmete, y si eres desgraciado y alguien te quita la libertad, ¿sabes lo que haces? Pues te largas de aquí… hay mil maneras… y ya sabes donde me tienes." De tal forma, el abuelo le lega a su nieto ese mismo poder sobre su destino, de quitarse la vida si pierde la libertad. Luisito le dice a don Ramón que Dios le dijo: "... que no te colocarán, y que este mundo es muy malo, y que tú no tienes nada que hacer con él, y que cuanto más pronto te vayas al cielo, mejor." Villamil considera estas palabras de ser divinamente inspiradas y reconfirman su escapatoria con el suicidio.
Villamil es víctima no solamente de una burocracia administrativa sino también de sí mismo. El cesante no busca otras soluciones a su dilema económico y ve al gobierno como su única salvación, y de forma patética les escribe cartas de socorro económico a sus amigos.
Don Ramón comete otro error básico al entregar los asuntos económicos caseros a su esposa, y su libertad personal al Estado. Villamil había ganado mucho dinero, su fallo fue no controlar el excesivo gasto de su mujer. El había tenido fe en la administración al igual que doña Pura lo tenía en su material cursilería. El buen cesante no está seguro a quién deba culpar más por sus desdichas: a su esposa doña Pura o al gobierno.
Doña Pura nos recuerda a otro personaje de Galdós, Doña Perfecta de Orbajosa: atrevidas, y de voluntad recia. Que de ‘pura’ y ‘perfecta’ no tienen mucho sino que son las instigadoras o antagonistas actantes y causantes de los problemas de la trama en las dos obras de Galdós. Pura y sus hijas, todo lo que hacen es gastar. Durante la Gloriosa de 1868 e incluso la Restauración de 1875, Villamil trabajaba y ganaba buen dinero con el gobierno. De la misma forma que lo ganaba, las mujeres lo gastaban y Villamil logró sobrevivir gracias a las repetidas cartas de exigencias a sus amigos. El problema de "faldas", es decir, las mujeres, son vistas de manera negativa como las causantes de los problemas, ya sean domésticos, políticos o nacionales.
Ni Víctor ni Federico Ruiz son culpables ni victimas de la visión deshumanizada y vacía de la vida en esta novela. Miau no es totalmente pesimista ya que estos dos son victoriosos, como lo afirma el nombre de Víctor Cadalso. Cada uno mantiene su forma personal hacia la sociedad y el estado. Villamil y su error es el de esperar que el estado sea justo y lo recompense. Pantoja está más deshumanizado que su buen amigo Villamil, al igual que Víctor, no queda cesante. La razón es quizás porque Pantoja ha logrado sobrevivir a los cambios burocráticos y políticos del gobierno y no se deja vencer por ellos.
Continuando con el darwinismo animalesco, se podría decir que la burocracia es como una jungla de iniciativa personal. Si el cesante es un "tigre viejo..., tísico...caduco y veterano...un tigre anciano e inútil..." que nadie lo toma en serio ni le temen como se lo hace saber doña Pura: "eres inofensivo, no muerdes, ni siquiera ladras, y todos se ríen de ti..." Su opuesto vendría a ser Víctor, el "león joven... tipo de hermosura varonil," producto casual del cruce animalesco, y es comparado por su suegro como el de "algunos animales dañinos." Víctor es como un "ejemplar de los que parecen destinados a conservar y transmitir la elegancia de formas en la raza humana." Es el águila, rey de las aves: "había nacido Víctor para las esferas superiores de la vida, como el águila para remontarse en las alturas." Se destaca de los demás por seductor, que domina a las mujeres con una conciencia aguda y perversa por el poder que ejerce sobre ellas, y por su carácter de maldad e hipocresía como lo nota Villamil: "Para hacerle más temible, Dios que ha hecho tan hermosos a algunos animales dañinos, le dio a éste el mirar dulce, el sonreír tierno y aquella parla con que engaña a los que no le conocen, para atontarles, fascinarles y comérseles después..." Varias mujeres pierden la sensatez por pasiones frustradas hacia Víctor. En la familia Villamil, Luisa falleció por celos ciegos que la condujeron a la locura, y su hermana Abelarda quiere tirarse por el viaducto o hacerse monja. Después de rechazar a Abelarda cruelmente, Víctor la destina a casarse con Ponce por su dinero o meterse en un convento. La ociosa cursi opta por casarse, o sea, tirarse por el viaducto conformista del sufrimiento de la vida por el dinero.
Aparte del origen del hombre, otras ideas darwinianas en Miau serían: la vida como lucha que favorece la supervivencia de los más aptos, y la idea asociada de adaptación al medioambiente. El texto sugiere que Víctor es más apto para la lucha de supervivencia porque es un hermoso predador, y porque su sentido de la realidad no es influenciado por la moralidad religiosa, ni la impuesta por la sociedad, mientras que Villamil es incapaz de adaptarse al medio y es sumamente moralista y religioso, "y no basta enseñar los colmillos"' para sobrevivir como le advierte doña Pura. En Víctor hay una relación estrecha entre falta de fe y la ley del animal más fuerte para ganarse la vida. Víctor Cadalso es un renegado que emplea toda suerte de procedimientos para obtener la recompensa: miente, roba, engaña, seduce, desfalca, e incluso vende a su propio hijo. En vez de castigo, es ascendido al puesto deseado por el moralista cesante, don Ramón.
El simbolismo animal se emplea también para la señora de Cucúrbitas, "por lo gruesa y redonda, una imitación humana del elefante 'Pizarro', tan popular hoy en día entre los niños de Madrid (Miau, II, 77)." Sus hijas son "pollas" y su hijo un "vástago precoz de la raza gallinácea que llaman Cochinchina (Miau, XXXVII, 335)." Posturitas debe "este apodo a la viveza ratonil de sus movimientos." Víctor Cadalso, el padre de Luisito, como ya se ha dicho, es el "león de la alta sociedad." Un sobrino de Pez es un "sujeto de mucha escama" y su esposa: "Si mi mujer fuera Pez en vez de rana, no estaría yo en seco” (Miau, XXX, 315). Pantoja, un "mal bicho", y una tal Enriqueta "más suelta que las gallinas cluecas." Quintana, la curiosa y aprovechada tía paterna de Luisito es una "mosca...un ave urbana."
Las imágenes de animales repugnantes y parásitos configuran el inframundo moral del gobierno: “ratas de oficina”… “los puerco-espines” entre muchos otros, sobre todo para Pantoja. La tía vieja de un marqués valenciano es para los críticos un “tiburón hambriento”… “una tarasca y una res.” El “muy asno” del cojo Guillén un “coco…un escorzo sietemesino…uno de esos reptiles…un gorgojo repulsivo…una garrapata…un sapo venenoso…un galápago…un piojo asqueroso.” Las imágenes animalescas usadas irónicamente revelan no solo algo de la realidad física o moral de los personajes sino también su actitud y disposición.
Las características animalescas describen a muchos otros personajes como Paca Mendizábal: "La señora de Mendizabal era de tal corpulencia, que cuando estaba dentro del escritorio parecía que había entrado en él una vaca, acomodando dos cuartos traseros en el banquillo y ocupando todo el espacio restante con el desmedido volumen de sus carnes delanteras (Miau, II, 77)". La imagen de la vaca sugiere bondad y serenidad como lo demuestra ella al tenerle lástima a don Ramón, y al alimentar y mostrarle mucho cariño a Cadalsito. Su marido, el portero, memorialista y secretario del público, el señor Mendizábal tiene "afiliación de gorila con su frente estrecha, las manos enormes y velludas, el cogote recio, el cuerpo corto, inclinado hacia adelante, como resabio de una raza que hasta hace poco ha andado en cuatro pies. Al descender la escalera, parecía que la bajaba con las manos, agarrándose al barandal (Miau, XII, 153)."
En el señor Mendizábal, el trasfondo darwiniano queda explícitamente aludido, aunque se da de modo burlesco: "Aquel tipo de transición zoológica en cuyo cráneo parecían verse demostradas las audaces hipótesis de Darwin... (Miau, XII, 153)." A pesar de su filiación gorigolezca, Mendizábal, es un hombre "benévolo, indulgente, compasivo... verdadero afecto hacia Villamil..." comenta el narrador. Por estas cualidades, Mendizábal ha evolucionado hacia la raza humana en conducta. En el último capítulo de Miau, Mendizábal creyendo obrar bien, persigue a Villamil por los laberintos de Madrid: "Como un
un cazador que anda quedito tras la res..." Villamil dice "ese gorila me ha conocido y viene tras de mí." Mendizábal, llevado por los instintos primates de sus antepasados, se metamorfosea de hombre a animal persiguiendo a Villamil. Canelo, el perro de Mendizábal, es un caso muy irónico, el narrador lo presenta como un animal humanizado. Luisito y Canelo comen las mismas cosas, el niño habla con el animal y parece que él entiende. La amistad entre Luisito y Canelo son de dos seres complementarios: el humano se pregunta si es gato y el perro humanizado que casi llega a hablar. Luisito y Canelo son los únicos personajes que se comunican entre sí de manera agradable. Canelo se ponía en dos patas para ver mejor las cosas cuando acompañaba a Luisito porlas calles de Madrid.
En la novela hay una transformación física de Canelo, que se pone en dos patas, y de Mendizábal que se agazapa como un gorila, cazando a Villamil para traerlo a su casa. La personificación o humanización de Canelo se alude nuevamente cuando acompaña a Luisito al entierro de Posturitas. Canelo prefiere ir en busca de "alguna perra elegante...había matado el tiempo del entierro viendo las ‘muchachas’ bonitas que pasaban, algunas en coche, con sus collares de lujo..." Vale la pena señalar que el comportamiento de Canelo es comparado con el de Víctor, "el perro que olfatea faldas... el muy perro (Miau, XXVIII)" y su problema o su suerte de tener "buenas madrinas, de esas que no piden sino mandan… (Miau, XXXVI)."
El valor de Canelo es importante como fiel amigo de Luisito y es descrito como humano en sus acciones hacia él. El perro también tiene cualidades morales, al igual que su dueño Mendizábal y Villamil, es inteligente y sabio y cumple con su obligaciones: "Canelo salió de mala gana, por cumplir un deber social y porque no dijeran los demás..." comenta el narrador, que siempre llama al perro por su nombre y habla de él con simpatía, ternura y humor. Luis es el primero en llamarlo por lo que es: "vio en los transeúntes personas naturales, a Canelo, que a su lado seguía, le tuvo por verídico perro (Miau, XX)." Canelo no es el único animal real con atributos humanos sino todos los animales verdaderos de la novela. Luisito observó en su primer recorrido por las calles de Madrid: " A lo mejor, topaba con un mono cabalgando sobre un perro o manejando el molinillo de la chocolatera lo mismo que una persona natural; otras veces era un infeliz oso encadenado y flaco, o italianos, turcos, moros falsificados que piden limosna haciendo cualquier habilidad..." Villamil también humaniza a los pájaros y cree que ellos lo entienden y lo escuchan mejor que los humanos.
Como lo señala Farris Anderson en "Madrid y el espacio de Miau," que la calle Quiñones, donde está el piso de Villamil, está rodeado por las iglesias de Montserrat y las Comendadoras. La Cárcel de mujeres se encuentra instalada en el antiguo convento de Monserrat, situada enfrente de la casa de Villamil. La cárcel es citada frecuentemente por el narrador y sirve para subrayar la encarcelación o enjaulamiento personal del frustrado cesante. Es tan evocada, que es obvia su imagen de interioridad, de encierre y de atrapamiento de don Ramón. La acción de Miau, es la búsqueda de la liberación por Villamil. Él quiere librarse de su insignificante y gastadora familia (con la excepción de su nieto Luis que es llevado por Villamil para que lo críe su tía Quintana), de su vivienda atrapadora, de la administración corrupta y el mundo injusto. Villamil añora el centro, en este caso, el Ministerio de Hacienda, de donde él se encuentra desterrado y burlado. Como ya he dicho, el centro o el gobierno y Villamil son como líneas centrífugas con fines distintos. Don Ramón se encuentra preso de estas fuerzas centrífugas, e irónicamente, al ser rechazado de todos los centros, lo lleva a su liberación terrenal con el suicidio.
citadas
Anderson, Farris. "Madrid y el espacio de Miau." Cuadernos Hispanoamericanos 521 (1993 Nov.): 23-36.
Andreu, Alicia G. "Miau, la escritura del poder o el poder de la escritura." Anales Galdosianos 21 (1986). 179-185.
Cardona Rodolfo. "Más sobre Kafka y Galdós." Anales Galdosianos 27-28 (1992-1993): 31-40.
Entenza de Solare, Beatriz. "Al margen de Miau: el mundo de la ópera." Bulletin Hispanique 85 no. 1-2 (1983) ; 105-126.
Gillespie, Gerald. "Miau: hacia una definición de la sensibilidad de Galdós." Cuademos Hispanoamericanos 250-52 (1970-71): 415-429.
Hoyle, Alan. "El trasfondo irónico y económico de Miau," Revista de Literatura 53 no. 105 (1991 Jan-June): 85-102.
Iglesias, Ángel. "El simbolismo de los nombres en Miau" Historia gatuna de Madrid 86 no. 3-4 (1984 July-Dec): 379-402.
Pérez Galdós, Benito. Miau: Edición crítica de Robert J. Weber. Barcelona: Editorial Labor, S.A. 1991.